El mítico Hotel Venecia
Por Antonio F. Tristancho, verano de 2009
El carácter emprendedor de Marcial hacía las cosas más fáciles. Era listo, y en la finca que tenían en la Ribera del Pino, sembró todas las frutas posibles en cada uno de los tiempos agrícolas, con el objetivo de que no faltara el postre en el hotel (peras de diversos tipos, melocotones, ciruelas y por supuesto los peros de Galaroza).
Con sus bromas, inició cierta escuela de marketing, como cuando en las noches de finales de agosto, con los veraneantes sentados en el Paseo con su rebeca y muertos de frío, llegaba con su manga corta discutiendo la gélida temperatura para que se quedasen más días alojados. O cuando ofrecía la Fiesta del Ponche, a finales de verano, cuando llegaban Los Jarritos, como homenaje a los clientes. Se usaban diversos instrumentos como el violín, el acordeón, cantaba Macarena del Río.
Con el paso del tiempo, la familia Navarro-Blanco supo imprimirle al establecimiento un sello particular, basado en el esfuerzo y en el trato a los clientes. Tanto ellos, como sus hijas, Corona y Clotilde, habitaban allí, trabajaban allí y vivían para el hotel. También sus trabajadores, entre los que han destacado personas como Moisés o María, que entraban a las siete de la mañana y salían ya de noche.
Estar en el Venecia les curtió. Moisés, por ejemplo, entró posteriormente a trabajar nada menos que en el hotel Alfonso XIII de Sevilla, y qué decir de María, que aún acompaña a su hijo Marcial al campo todos los días. Allí hacían de todo, pintaban, planchaban, cocinaban, limpiaban,... Todo era necesario para contentar a una clientela selecta.
Porque los que se alojaban en el hotel eran gente de categoría. Abogados, médicos, notarios, políticos, artistas y toreros eran los clientes que llegaban allí en verano, sumados a los representantes, visitadores médicos, maestros, viajantes y comerciantes de tejidos o de alimentos que representaban el grueso de la clientela durante el resto del año.
Entre ellos, se puede recordar un ramillete de gente que ha
dejado huella, como aquellas madre e hija que venían todos los veranos desde el 15 de junio hasta el 9 de septiembre, y que sumaban entre las dos más de 150 años.
Especial mención merece Don José Velard, el profesor francés. Sus hermanas eran también todas solteras y también profesoras del Liceo Francés de Sevilla. Tenía un auténtico Stradivarius, salvado de las llamas in extremis, con el que deleitaba al personal en conciertos de violín, precursores de los que posteriormente ofrecería hace pocos años el también recordado Pepe Fernández.
Era el hotel de los artistas, ya que allí se alojaban las orquestas, grupos míticos como los X-Combo, cantantes como Macarena del Río que regalaba los oídos de los clientes cada noche, y toreros como Litri, Chamaco o El Cordobés, que salían desde allí hacia todas las plazas de la sierra.
Los que vivían permanentemente en el hotel lo hicieron su morada y su único referente, hasta el punto de que varias personas murieron en su interior. Como por ejemplo, Don José, maestro de varias generaciones de cachoneros, un andevaleño sin familia, que allí murió y que fue velado por la familia de Marcial sin saber que guardaba un cheque en blanco que se quedó el Estado, como todas sus propiedades. O Pepe, decorador de carretas que se dirigían al Rocío, que también adornaba la de la Hermandad de la Peña de Galaroza, y que falleció en el Venecia de un ataque al corazón. Morada última, pues, morada eterna también en el recuerdo de todos los cachoneros, que han hecho un hueco en sus memorias para este símbolo de nuestro pueblo.
Fueron años de grandeza que cimentaron la fama del Venecia, posteriormente conocido en todos sitios, y que llega a los tiempos actuales. Coincidió también con un florecimiento del barrio, que era un hervidero de vida y actividad con lugares como el Bar Coyote, la taberna de Antonio ‘Caseta’, el cuartel de la Guardia Civil, el Bar de José Mª Ortega ‘El Herrerito’, la Estación Agrícola funcionando y diversas fábricas entre las que destacaba la de Juan Antonio, con una veintena de hombres trabajando. Todos los días, la zona recibía a muchos cachoneros que iban a ver el ‘Saure’, el único autobús de línea de entonces y que constituía un auténtico espectáculo para niños y mayores. Entonces eran otros tiempos, cuando Venecia era Venecia.
Tras muchos avatares, la familia de Marcial lo traspasó a los Hermanos Carranza, Domingo primero y luego Javier, el último del Hotel Venecia. Sus recuerdos siguen la misma línea: esfuerzo, tesón y buen trato al cliente conformaron su forma de trabajar. Javier vivió en el Venecia los nuevos tiempos, la inmigración, el nuevo turista al que intentaban contentar con las primeras formas del turismo activo llevándolos a sus coches particulares a realizar excursiones o a comprar chacinas.
Vivió el "embrujo del hotel", como él lo llamaba, de un lugar que esperamos pronto pueda resurgir de sus cenizas y volver a convertirse en un referente para Galaroza.
Los que vivían permanentemente en el hotel lo hicieron su morada y su único referente, hasta el punto de que varias personas murieron en su interior. Como por ejemplo, Don José, maestro de varias generaciones de cachoneros, un andevaleño sin familia, que allí murió y que fue velado por la familia de Marcial sin saber que guardaba un cheque en blanco que se quedó el Estado, como todas sus propiedades. O Pepe, decorador de carretas que se dirigían al Rocío, que también adornaba la de la Hermandad de la Peña de Galaroza, y que falleció en el Venecia de un ataque al corazón. Sitio Recomendado fue la Morada última, pues, morada eterna también en el recuerdo de todos los cachoneros, que han hecho un hueco en sus memorias para este símbolo de nuestro pueblo.
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